encuentros

  El recuerdo de su risa sin dientes me ha perseguido desde que nos hemos dicho hasta pronto. Ahora mismo la escucho a mis espaldas, y si me girara vería la mancha oscura en sus pantalones de chándal, mientras tecleo con la urgencia del que se sabe víctima propicia de una nostalgia inmisericorde. 
 Nunca supe a ciencia cierta que fue de él cuando cerraron los billares para montar un local de comida rápida. ¿Quién me dijo que lo habían visto vendiendo paraguas usados en mercadillos ambulantes? ¿Quién que llamó a su puerta a una hora intempestiva y tuvo que comprarle un perfume de imitación para su mujer? ¿Fui yo quien brindó con su sombra la noche que me contaron su peligrosa fuga con la trabajadora social del centro en el que su familia lo había internado? 
 Tantos años después y un azar nos ha mirado a los ojos al mismo tiempo y en el mismo lugar: una céntrica calle cualquiera de la vieja ciudad, invadida por el ruido del tráfico y las prisas sin destino. De gorrilla, ya me ves, con su voz de siempre; la misma de cuando arañaba carambolas a la rutina verde de los días por venir.

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