anchito mar

Cuando he salido a comprar el periódico, sin paraguas a pesar de la lluvia, en el cielo no he visto la nube de ceniza del volcán islandés. Una maleta cubierta de pegatinas sobre una cinta transportadora detenida frente al caos de un aeropuerto. Todavía anoche en el recuerdo del espejo retrovisor del taxí que me acercó a casa; todavía la sonrisa insumisa en mi boca. Decir caricias y sentir palabras; el rellano de una escalera cautivo de la penumbra roja de una puerta que no se cierra; la pequeña harmónica con que se anunciaba el afilador por las calles del pueblo de mi primer lloro; el paseo de una lagartija sobre la pared de una madrugada milagrosa. Lo que dicen que escribió el Senancour: “Hagamos que la nada, si es que nos está reservada, sea una injusticia”. Flaubert y Silver Kane jugando a los mil escondites; el arsénico en la última bala que escuchó silbar el antiguo pistolero. Y un tren.

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