sur

Tarde de llovizna y papeles atrasados sobre la mesa. En el estuche rojo de mi memoria sigo guardando los doce lápices de colores, el sacapuntas verde, la goma de borrar, la pequeña regla y el transportador de ángulos. El bolígrafo de tinta azul se me cayó al mar, desde la cubierta del barco en que sostuve por primera vez la mirada de unos párpados cerrados; cuando el Bécquer a dos voces y los acordes de acné. Cuando los pequeños milagros sobre el paño de humo y cazalla del bar de los sábados eran producto del efecto, velocidad y bola. Y de las manos. “Sin manos no hay nada que hacer”, nos decía el tío Valent viéndonos jugar: el anciano que se había pasado toda una noche haciendo carambolas sin fallar ninguna, con un cigarrillo apagado en los labios y una sonrisa que ofendía a cualquier tristeza, incluso la que ahora comenzaba a dibujarse en mis ojos frente a la página en blanco de la pantalla del ordenador. Cuando el silencio ensordecía el sentido de mi vida…

3 comentarios:

  1. espero que esa tristeza que comenzaba a dibujarse en tus ojos se haya ido...
    un beso...

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  2. Isla a wne y a naná4 de marzo de 2010 a las 10:58

    Acabo de tirar una botella con un mensaje en este mismo océano. Estoy el la isla, esperando a ver si llegáis:¿volverá a producirse el encuentro?

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  3. "...y una sonrisa que ofendía a cualquier tristeza", a eso llamo yo magia.
    Un beso oceánico.

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