Me llaman al móvil cuando estoy a mitad
camino entre la planta baja de un edificio cualquiera de la vieja ciudad y mi
domicilio fiscal. Estoy subiendo por la escalera porque en el ascensor no puedo
guardar la distancia de seguridad con mi reflejo enmascarado. No me cruzo con
nadie, quizá por la lluvia a deshoras que ha conseguido que desaparecieran
repentinamente las palomas de los descoloridos pasos de cebra del barrio.
Mi propia voz al otro lado cuando
contesto. En los tiempos que corren, con aplausos que se han trasladado desde
los balcones conmovidos hasta la reapertura de los centros comerciales, no me
extraña nada. Mi propia voz, sí, con palabras que tomo prestadas de Flaubert,
de algún lugar de su Madame Bovary,
como si fueran mías. ¿No es eso acaso la literatura?
La elegancia en las buenas costumbres no tiene nada que ver con la delicadeza de los sentimientos.
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