Horas


Hace unos día estuve hablando por teléfono con Babo, compañero del alma. Me llamó de madrugada por equivocación, eso me dijo, ya que creía haber marcado el número del Centro Meteorológico, una estrategia que seguía de manera fiel desde hacía años, cada vez que un insomnio antiguo derrotaba a su sueño. Como no eran tampoco horas de hablar de lo que solemos cuando nos encontramos en algún rincón de la vieja ciudad (la parada de un autobús cualquiera, un bar de tapa y mosca, el parque de los columpios…), acabamos inventándonos una historia inconclusa a dos voces. Ninguno de los dos se creyó responsable del uso de la primera persona.


Cuando el viejo pistolero moría en la pantalla, ¿por qué no desenfundó si todos sabíamos que era el más rápido?, presentí sus lágrimas sin atreverme a mirarla en la penumbra del inquietante patio de butacas. Mi heroica cobardía de entonces, timidez adolescente de bozo y sábana delatora, me impidió cogerle la mano como tantas veces hice en sueños. In dreams. 
 Al salir lloviznaba y las calles, desiertas, parecían cambiadas de sitio. Caminamos sin decirnos palabra sobre el planeta azul, con el chirrido de su eje imaginario silenciando el tictac de los relojes. (Ya lo sé Babo, no lo puedes evitar; pero ya sabes: mejor cursi, que gilipollas) Prefirió que no la acompañara a su casa. 
En algún lugar nos despedimos con un beso de película, encadenado incluido, y al día siguiente había pasado una eternidad. Recuerdo que en el patio, durante el recreo, jugamos un partido de fútbol contra los de 7ºA. Ganamos dos a uno y Babo marcó el gol de la victoria. De chilena.  


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