El recepcionista leía una novelita de vaqueros
en voz baja, dos pistoleros rivales disputándose las lágrimas de un mismo
caballo. El espejo del ascensor, roto. Una limpiadora retiraba una bolsa de
basura de una de las habitaciones, la más próxima a la solitaria ventana del
pasillo. Alguien, en algún lugar de las entrañas del silencio antiguo, reía.
En el informativo la presentadora acaba de
leer el último comunicado. Se prohíbe a la población salir de casa hasta que la
situación se normalice. Ninguno de los rostros que han ocupado después la
pantalla se ha referido al número de detenidos. El teléfono fijo de la habitación ha
sonado varias veces sin ninguna voz al otro lado, su móvil está fuera de
cobertura y se sorprende llorando frente al espejo del diminuto cuarto de baño. Cuando
golpean la puerta de la habitación, con dulzura de nudillos, sabe que él es el
siguiente. No dispares, John.
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