Los días de lluvia
huelen a goma mojada y serrín. Es lo que piensa el hombre que está acodado en
la barra del bar de la estación. A sus pies una maleta y un balón de reglamento
dentro de una bolsa de plástico. Si vienen les dirá que les ha echado mucho de menos,
que ya saben que no fue nunca de escribir cartas, que allí donde estuvo no
había cobertura. Mira insistentemente el reloj. Sí, el tiempo sigue pasando.
Cuando suene a lo lejos,
muy lejos, un teléfono, ya sabe que instantes después se le acercará el
camarero con un recado. Sin mirarle a los ojos, intentará repetirle lo que le
han dicho que le diga. Se olvidará de algunas palabras, no tiene importancia, y
pronunciará mal un nombre. Él sonreirá entonces, y recordará. Una noche, un
mundo que gira, olas que ríen. También a él le costó pronunciarlo la primera
vez.
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