Muchos años después,
frente al ventilador de la salita de estar, Babo había de recordar la noche
remota en que el coronel Aureliano Buendía le regaló un pescadito de oro. Tendría
entonces 15 años, el calor era también insoportable y regresó de la feria
enamorado. A la mañana siguiente fue a jugar al frontón con sus amigos y
perdió. Por la tarde jugó siete partidas de billar con habituales de los
recreativos del barrio y las perdió todas, una de ellas, eso sí, por una
discutible carambola. Después de cenar, volvió solo a la caseta de tiro. El
anciano del parche en el ojo le dedicó una sonrisa extraña cuando le acercó la
escopeta de corchos. Disparó con la precisión de un pistolero legendario hasta
conseguir los muertos necesarios para rescatar a su amada. Pero ella luego sólo
le dio las gracias, un beso en cada mejilla y un adiós con la mano desde la
ventanilla bajada de un cochazo. Olía a limones salvajes del Caribe.
Me pregunto si a ella la habrán expulsado de Supervivientes.
ResponderEliminar¡País!