Entre el plácido romper
de las olas y el barquito de vela del horizonte, una niña nada, piececitos
insumisos, con la ayuda de su amiga imaginaria. Sus risas se estrellan contra
la silla de ruedas vacía abandonada en la orilla y las boyas amarillas que delimitan el territorio de seguridad. Una mujer sentada en la arena les grita burlona,
siguiéndole el juego a su hija, que
tengan cuidado con los tiburones. Rastro de antiguos insomnios en algún rincón
de su mirada morada. A lo lejos, creyéndose oculta detrás de una duna, una
anciana, pelos y sonrisa de loca, está meando. Un socorrista primerizo vigila,
prismáticos conmovidos, desde las alturas de una plataforma de madera.
Banderita verde, charquito de oro. Es el verano que pasa.
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