Dibujando su propia caricatura en una servilleta (la de un volatinero trotamundos caminando con majestuosa comicidad sobre el alambre de los mil disfraces), se le escapó la noche doble y sin hielo; la última antes de partir en el primer tren de la mañana. La sonrisa de la titiritera se le quedó agarrada al alma como el parpadeo de un semáforo al espejo retrovisor de un taxi fugitivo.
Días después, tal vez meses o años, ya acostado en el camastro de su vieja cabaña junto al lago de las aguas cálidas, supo derretir el iceberg que flotaba insomne en el enloquecido mar de su pesadilla (la soledad de una mujer pariendo en la caravana de las marionetas) improvisando, desde las guerras infantiles de su enloquecida memoria, un tirachinas con horquilla de naranjo y piedrecillas de fuego de todos los colores.
de todos los colores...
ResponderEliminarun beso...