pegatinas

Odio las escopetas de dos cañones que acallan las voces queridas, y las distancias que convierten en nostalgia la verdad de las palabras encadenadas. En la playa de arenas blancas el silencio es un cielo oscuro, y es el callado temblor de dos estrellas lejanas tras el cristal de una ventana indiscreta. El tipo que bajó del taxi guardó su pequeña mochila debajo de una de las camas, después de haber abierto la puerta de su habitación con la tarjeta que le habían asignado. “La quiero mirando al mar”. En el diminuto aseo flotaba el leve rastro de un aroma a melocotón, el vasito de plástico seguiría vacío toda la noche, y ninguna lágrima fugitiva al borde de un adiós se escaparía por los confines de su orgullosa memoria. Un fantasma desaparecía en una vieja película por no poder materializar un abrazo y él lo recordaría más tarde, presa fácil del insomnio, tumbado en la cama de una pensión cualquiera, en una imaginada ciudad remotísima, tecleada letra a letra desde la intemperie de las ausencias. En una de las toallas limpias, tan blancas, que colgaban junto al espejo empañado, ¿cuántas horas habrían pasado?, quiso ver escrita la frase que tantas veces lo había acompañado en los momentos en que caminar era sobrevivir, un banco de madera era refugio y los anuncios clasificados del periódico versos de ningún poema. Quizás, quizás, en el papel arrugado guardado, o abandonado, en el bolsillo de su pantalón vaquero. La cartera, las llaves, el móvil; y un misterio dentro de otro misterio.

2 comentarios:

  1. "y allí donde los sueños se forman,

    no hubo suficientes para ambos;

    veíamos uno sólo, pero tan poderoso

    como la primavera cuando llega".
    ...y un beso dentro de otro beso...por si os llega.

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