Esta mañana, en un parque de la vieja ciudad, ya he visto hojas de árboles caídas en el suelo. Un hombre con un sombrero de paja las barría con un rastrillo y las echaba dentro de una enorme bolsa de plástico. La rutina de todos los años, cuando el verano comienza a escaparse por las rendijas del tiempo y la llegada de Septiembre presagia voces de tiza y pizarra; pero también, la certeza de un milagro, maravillosos ecos en la memoria, momentos mágicos vividos a deshoras, palabras leídas, y escuchadas y sentidas, a orillas de un mar en calma. Con la calma de una revolución callada, gemida, dibujada con las yemas de los dedos de cuatro manos compañeras del mismo deseo, salivada con ternura, sonreída con los ojos cerrados de la misma mirada obscena y amada sin pudor ni vergüenza. Y todavía, con la exigencia poética de los monosílabos; como sí.
("si esto volviera a comenzar,
ResponderEliminarvolvería a encontrarte sin haberte buscado")