Como refugiarse en una cueva camuflada entre la maleza y sobrevivir bebiendo el agua antigua que se filtra por los resquicios de sus paredes; o como aguardar en una cabina telefónica a que amaine la lluvia, sin tener ninguna moneda suelta con que poder contestar al súbito recuerdo de una voz olvidada. Tristeza de ventanilla, que sabe a la suela del zapato pescado por la caña de un gordinflón en la viñeta de uno de los tebeos que perdí hace mil años en cualquiera de nuestros traslados. Lejanas horas, tan lentas también en la memoria, que se agolpan invisibles sobre la página en blanco. Cenizas de domingo y tren; el milagro del hielo dentro de un vaso antes de partir; una sonrisa que tintinea como una cucharita de plata; el deseo de la lengua contrabandista de recorrer la marca sobre la piel que deja la gomita negra contra el pelo revoltoso... Cuando las décimas de fiebre eran centímetros de altura al volver a saltar de la cama y besos con ternura, tanta ternura, en la frente. La que ahora acaricio con la palma de mi mano, mientras me miro en su mirada.
precioso...
ResponderEliminarun beso...