Martes


Cuando acabó de comer, apenas había bebido media de la copa de tinto que le entraba en el menú, decidió no acudir a su cita semestral con el podólogo. Esa tarde, ni pensarlo. Las dos uñas rebeldes, con o sin causa, tendrían que esperar. Ya se le ocurriría alguna excusa con la que esquivar los reproches de su hija mayor al otro lado del teléfono.
Esa tarde quería subirse a un tren, que no estaba seguro de que siguiera existiendo, y regresar al pueblo en el que una vez bailó con la mujer más guapa del mundo. Quizás, quizás, quizás, tuvo la culpa el canturreo del camarero que le había servido el cortado descafeinado, con sacarina por favor, bautizado con anís del mono.
- ¿Qué siempre que le preguntas que cuándo, cómo y dónde, qué? Nos vas a matar de un disgusto, papá. Ni se te ocurra moverte de la estación. Ahora mismo voy a por ti.


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