Domingo. Escasas son las voces que se atreven a saltar la tapia y colarse en la playa de las arenas blancas, clausurada como una oficina bancaria, o detenida como una de las escaleras mecánicas del Corte Inglés, para santificar la fiesta de los silencios, o amores, ajenos.
Mis tobillos herejes necesitan sentirse golpeados por las olas, mientras camino a orillas de mi mar sin levantar la vista del cielo. De momento no llueve sobre las calles de mi vieja ciudad. El otoño me tiene contra los cuerdas en el cuadrilátero del tiempo, pero he bajado a comprar el periódico en pantalón corto y chanclas.
Un tipo me ha pedido algo suelto porque se había quedado sin gasolina. Me ha señalado, con trasnochado temblor en su dedo índice, una moto aparcada en la acera. Una mujer estaba sentada encima con la tristeza del alcohol profanando su sonrisa.
Recuerdo que una vez me faltó el cromo de Ángel Nieto para completar una colección. Cada vez que compraba un sobrecito, lo guardaba en el bolsillo y no lo abría hasta la noche, cuando ya estaba acostado en la litera de abajo.
¿Cuántos hubiera podido comprar con dos euros? Seguro que al final hubiera sonreído antes de cerrar los ojos, y no hubiera soñado que me caía en un agujero y me perdía al otro lado del mundo saltando como un canguro.
Domingo, sí.
Mis tobillos herejes necesitan sentirse golpeados por las olas, mientras camino a orillas de mi mar sin levantar la vista del cielo. De momento no llueve sobre las calles de mi vieja ciudad. El otoño me tiene contra los cuerdas en el cuadrilátero del tiempo, pero he bajado a comprar el periódico en pantalón corto y chanclas.
Un tipo me ha pedido algo suelto porque se había quedado sin gasolina. Me ha señalado, con trasnochado temblor en su dedo índice, una moto aparcada en la acera. Una mujer estaba sentada encima con la tristeza del alcohol profanando su sonrisa.
Recuerdo que una vez me faltó el cromo de Ángel Nieto para completar una colección. Cada vez que compraba un sobrecito, lo guardaba en el bolsillo y no lo abría hasta la noche, cuando ya estaba acostado en la litera de abajo.
¿Cuántos hubiera podido comprar con dos euros? Seguro que al final hubiera sonreído antes de cerrar los ojos, y no hubiera soñado que me caía en un agujero y me perdía al otro lado del mundo saltando como un canguro.
Domingo, sí.
y yo sueña que te sueña buscandote en el lado del mundo equivocado...
ResponderEliminarun beso...