Las voces queridas comienzan a esconderse por los rincones, como si no quisieran, todavía, que el transcurso del tiempo moldeara su olvido; y un reloj de tiza, garabateado por las manos torpes de mil rutinas, cuelga del presagio de una pizarra desértica. Manecillas, sonrisas y bostezos que corren ya en busca de la señorita Añoranza, más cursi que una esmeralda en los inquietantes abismos de un acuario de cristal de Bohemia.
un beso...
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