cuevas

No quiero que el sigiloso tiempo de los relojes me sorprenda catalogando solemne melancolías; ni que me robe, tan alevoso y puñetero, la madrugada a rombos del par de calcetines que acabo de comprarle a una gitana en el mercadillo ambulante del barrio. “Que trabaje mucho y se canse poco, señorito”.
Manecillas de rutina rumbo a casa, aprendiendo a perderme por las calles de mi vieja ciudad. Un delfín a la deriva, en los mares de un desértico acaso, al doblar la esquina de los anocheceres solitarios; un anciano guardándose un mendrugo de sol debajo de su gorra ciclista, junto a la estatua de un buzón de correos; y mientras busco la llave del portal en la enajenada hondura de un bolsillo vaquero, un cuco sobrevuela, bullicioso y con el trocito de una nube de melocotón en el pico, el acantilado de los que siempre serán los auténticos contrabandistas de arena.

1 comentario:

  1. miro el reloj de reojo y cuento los minutos que quedan para cerrar la persiana y desaparecer... creo que pasaré la tarde en el refugio escondida... por suerte tus letras me han animado la mañana extraña y eterna que parece que dura el doble que las demás mañanas...
    solo darte las gracias por esta cueva en la que pasar parte de la mañana...
    un beso...

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