carta

El jarrón de cristal azul se ha caído al suelo y se ha hecho añicos. Ha sido cuando he cerrado el libro que mi codo ha tropezado con él. He recogido los trozos, uno a uno, con cuidado de no cortarme; y he secado el suelo con una bayeta amarilla. Sin embargo, las rosas blancas que enviara una desconocida han alzado el vuelo como si de cisnes se tratara. Les he abierto la ventana de mi habitación para facilitarles la huida y al cabo de unos segundos se han convertido en manchitas negras sobre el cielo del horizonte. ¿Qué lago buscarán? Quizá los intuya pasar la muchacha que mira a través de la mirilla de una puerta que ya no existe; o los vea la mujer que quieta sobre la nieve contempla durante horas la luz de una ventana. Tal vez la mujer que tiembla de frío o de fiebre, andando del brazo del desconocido que nunca la reconoció, los recuerde mientras vuelve a subir los peldaños de su escalera de siempre. Un chal en el respaldo de una butaca, un abrigo abandonado en el guardarropa de una sala de baile, la despiadada ternura del último gemido de las noches únicas. La mirada de Zweig, en los ojos del criado viejo. El amor inmortal. Sí, su hijo murió ayer.

1 comentario:

  1. intuyo que has leido la maravillosa carta y que te ha gustado... a mí me ha gustado verla a través de tus ojos...
    un beso...

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