penas

En la playa de las arenas blancas el vaivén de las complacientes olas no consigue acallar la verdad de las voces escritas, ni siquiera la de las distantes voces calladas. Agosto, Agosto; días de lluvia de estrellas en las íntimas afueras del firmamento de la vieja ciudad. El imaginado coche aparcado en las orillas de un ancho mar, con las ventanillas bajadas y el paisaje de un sueño en el espejo retrovisor; una lengua impúdica rodeando el tesoro de un tobillo o circundando la cueva del ombligo codiciado; y el oro de una caricia distraída guardado en el cofre del deseo. Agosto sin tiempo. Recuerdo que la noche de los gritos te quedaste en la cama, la misma en la que yo nací, quieto, con los labios inmóviles; como si ya no te importaran las lágrimas de la mujer que siempre estuvo a tu lado o fueras incapaz de encontrar palabras de consuelo. Las mías me las callé entonces, desafiando tu silencio inerte con el orgullo del mío, sin saber que acabaría llorándolas casi un mes después sentado en el banco de madera de tus últimas mañanas. No vas a decirme nada, pero brindaré por ti cualquier día de estos. Y no pienso discutirte el vino: el que tú quieras

2 comentarios:

  1. yo, si quieres, puedo brindar contigo...
    un beso...

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  2. La cama para nacer; la cama para morir; la cama para leer lo que escribiste, hecho a la medida de mis emociones; la cama desde la que te escribo este comentario... ¿por qué habrá que levantarse de la cama?
    Muchos besos, wne... a la medida de tus emociones.

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