abrazos

Hoy no quiero palabras de arena, no sabría escribirlas. Y además, estoy convencido de que la maredeueta cuidará de k., y de n., como del pobre escultor. Mi silencio es un abrazo contra los silencios de hospital, un baile bailado que golpea hasta noquear las distancias, en el asalto imaginado de un domingo que no es domingo.
No, hoy no tengo palabras de arena. La estación estará vacía, la ventanilla anochecerá entre las páginas del mismo Copperfield. Y ningún lápiz a dos manos subrayará el trozo de un diálogo enamorado del tiempo que pasará, viejo Sam: “¡Pobres flores de un día, gozad de vuestra existencia pasajera bajo el sol brillante de la mañana de la vida!”. O bajo la luna de los gatos que se esconden entre los coches aparcados, cuando escuchan antiguas pisadas de madrugada.

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