catorces

Tuvieron que abandonar el rancho a causa de la amenaza comanche fue lo que él oyó que ella le contaba. Tumbados en la cama solían leerse en voz alta libros que elegían al azar de cualquiera de los montones que habían acabado por invadir la habitación.

El fugitivo consiguió alcanzar la costa, pero no le quedó más remedio que saltar desde el acantilado porque los ladridos de los perros de sus perseguidores estaban cada vez más cerca, en las cercanías de un ombligo acariciado con delicadeza por la yema de su dedo. Y fue pez en un acuario de deseo.


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